Cuando murió el emperador mongol Gengis Khan, uno de los grandes conquistadores de la historia, el 18 de agosto de 1227, dejó instrucciones claras de que no quería ser hallado, el encargo de que nadie encontrase su tumba. Y sólo eso ya desató una matanza, nada nuevo para un guerrero que había sometido a sangre y fuego a cuantos señores e imperios se le pusieron por delante.
Por ello, los más fieles de sus soldados emprendieron un viaje sin retorno, que también fue una carnicería. Primero asesinaron a cuantos hombres y mujeres se cruzaron con ellos en el camino hacia el sepulcro. Después terminaron con los constructores del mausoleo, uno a uno. Finalmente, se suicidaron.
Así se borró toda memoria, una vez que la tierra secó la sangre y ocultó el rastro de cadáveres. Se supone que la tumba del más temido emperador mongol se llenó con tesoros procedentes de todos los rincones de sus dominios, que abarcaban un tercio de la población mundial en el siglo XIII.
Según diversas leyendas, la tumba del famoso conquistador mongol Gengis Khan está llena de riquezas traídas de distintas partes de su vasto imperio. Si bien nadie sabe dónde está enterrado, algunos arqueólogos localizan la búsqueda de la tumba en Mongolia o en el norte de China, territorios tan enormes como también lo son los tesoros a encontrar.
Gengis Khan no quería ser inmortalizado en un mausoleo monumental, sino ocultarse tras los velos de un acertijo milenario. Para asegurarse de que así fuera, los soldados que acompañaron el cortejo fúnebre eliminaron a todos los aldeanos que vieron la procesión o que asistieron al entierro, y luego se suicidaron. Nadie podía saber dónde había sido sepultado.
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